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Ennio Morricone, el arte de la emoción

  • Marina de Paz Martín
  • 11 sept 2020
  • 5 Min. de lectura

Autor de grandes y memorables melodías, como las de Por un puñado de dólares, La misión o Cinema Paradiso entre otras muchas, Ennio Morricone ha fallecido en Roma a los 91 años. El italiano, que había sufrido una caída días antes en su casa, ha querido despedirse de su familia y amigos con una emotiva carta.


Por: Marina de Paz Martín


En su Roma natal, ciudad en la que transcurrió prácticamente la totalidad de su vida, ha fallecido Ennio Morricone a los 91 años de edad. Había sido hospitalizado días antes en una clínica de la capital italiana por una fractura de fémur tras haber sufrido una aparatosa caída en su domicilio. Morricone, quien estaba considerado como uno de los mejores compositores del siglo XX, deja como legado más de 500 obras, muchas de las cuales forman parte indiscutible de la historia sonora del cine. En una carta publicada por el entorno del músico, en la que empezaba diciendo “Yo, Ennio Morricone, estoy muerto”, el compositor se despedía de su familia, amigos y seres queridos y expresaba su cariño hacia todos ellos, especialmente hacia su mujer María, a quien renovaba “el extraordinario amor que nos mantuvo unidos”.


El niño prodigio salido de Trastévere. Ligado al mundo de la música desde temprana edad, y de padre trompetista, Ennio Morricone comenzó a estudiar en el Conservatorio de Santa Cecilia cuando era niño, siguiendo los pasos de su progenitor. Aunque este no había sido siempre su deseo, tal y como confesaba en sus memorias, tras varios años aprendiendo de esta disciplina, este niño prodigio pronto llegó a la composición, donde poco a poco se fue abriendo su propio camino. Sus inicios como compositor transcurrieron entre orquestas, aprendiendo de sus maestros – algunos de la talla de Goffredo Petrassi –, flirteando con la música jazz y cultivando su ‘música absoluta’, de la cual ha lamentado en más de una ocasión que no goce del mismo reconocimiento que su música para cine.


Una amistad que se trasladó de Italia a Hollywood. Si bien antes había trabajado haciendo ‘arreglos’ para la televisión y la radio, su nombre apenas había figurado como autor de los mismos. Por lo que no sería hasta 1961 cuando el italiano tendría la oportunidad de componer su primera banda sonora cinematográfica (¡esta vez reconocida!), y sería la de Il federale, el film de Luciano Salce. No obstante, la fama le llegaría de la mano de un amigo de la infancia, con quien ya había coincidido varios años antes en una escuela del romano barrio de Trastévere. Se trataba del también italiano y director de cine Sergio Leone. Juntos escribirían una de las más prolíferas historias de la gran pantalla, la de la famosa Trilogía del dólar con la que reinventaron el género del espaguetti western de la mano de Clint Eastwood como protagonista de la misma. En 1964 llegó Por un puñado de dólares, el primer éxito de este tándem al que posteriormente seguirían La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo. Su historia no terminó aquí, pues la colaboración de estos dos artistas italianos se repetiría en la pantalla del celuloide en más de una ocasión – con nuevas obras, siguiendo la estela del western, de la talla de Hasta que llegó su hora o ¡Agáchate, maldito! – hasta alcanzar la gloria en la que sería la última cinta conjunta de ambos, Érase una vez en América, de la que muchos coinciden es la mejor obra del compositor. Tras darse a conocer de la mano de Leone, Morricone inició una etapa dorada poniendo música, no solo a la historia del cine italiano, sino también a la del cine mundial. Multitud de géneros y una larga nómina de directores contaron con Ennio Morricone para la banda sonora de sus películas. Desde Bertolucci en Novecento o Tornatore con Cinema Paradiso, a Ronald Joffé en La misión o Brian de Palma en Los intocables de Eliot Ness, la lista de cineastas que colaboraron con él, tanto dentro como fuera de Italia, es inmensamente larga. Incluso Pedro Almodóvar trabajó junto al maestro para la banda sonora de Átame.


El premio que se hizo esperar. Sin duda, su vida ha estado llena de grandes éxitos, reconocidos por la crítica y, especialmente, por el público general. Y es que las bandas sonoras de Morricone – o como a él le gustaba decir, “su música para cine” – tienen una identidad propia que hace que sus melodías queden en la memoria de todo aquel que las escucha. Emoción es, probablemente, el término que mejor recoge lo que consigue trasmitir al público. Por este motivo, resulta ciertamente insólito que su éxito desmedido no se haya traducido de la misma forma en lo que a premios se refiere. Recibió el Oscar Honorífico en 2006, cuando se le reconoció una trayectoria intachable. Pero, por mucho que pueda sorprender, tuvo que esperar diez años más para alzarse con su primer Oscar a Mejor Banda Sonora. Cinco veces estuvo nominado en esta categoría antes de hacerse con la preciada estatuilla, hasta que la consiguió de la mano de Tarantino – con quien también tuvo sus más y sus menos – gracias a Los odiosos ocho en 2016. Algunos dicen que su animadversión hacia la cultura estadounidense fue la razón por la cual la Academia de Cine se negó a otorgarle el Oscar en cualquiera de sus anteriores nominaciones, e incluso a privar de la misma a bandas sonoras como la de Cinema Paradiso o Érase una vez en América. Desde que el italiano comenzó su fulgurante etapa como compositor de bandas sonoras a nivel mundial, varias fueron las ofertas que le llovieron desde Hollywood para asentarse en la ciudad de Los Ángeles. Ofertas que, sin embargo, declinó en detrimento de permanecer afincado en Italia. Pese a ello, el compositor nunca ha llegado a considerar los galardones como el motor de su trabajo. Y así lo confesaba en una de sus últimas entrevistas, concedida a ABC Cultural, en la que manifestaba que “mi mayor deseo siempre fue que los directores estuvieran felices con mi trabajo”.


Aquellos que tuvieron la oportunidad de conocerle, entrevistarle e intercambiar impresiones con él, coinciden en que el compositor era un hombre de carácter fuerte y convicciones firmes, un tanto esquivo en las distancias cortas y poco amante de las entrevistas, quizás por todas la que había concedido a lo largo de su vida. Aun así, no cabe duda de que su personalidad ha marcado los tempos de su obra. Si Morricone tenía clara una cosa era que cuando componía música lo hacía para el filme en cuestión, bajo la consigna de “dejar hablar a la historia”, y de ahí la importancia de conocer al director. Lo que no podemos negar es que las películas en las que él intervino, probablemente, serían otras sin su música. Porque esta es, y seguirá siendo,un elemento con vida propia. La conjugación perfecta de sonidos de toda clase, desde timbres, campanas, silbidos, a oboes y guitarras, le permitieron componer una de las bandas sonoras más singulares y emotivas de la historia. Siempre original y extremadamente preciosista, algo que compartía con Sergio Leone, quien siempre puso especial interés a la música de sus películas.


Su último gran reconocimiento. Justo un mes antes de su fallecimiento, el italiano había sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2020. Un galardón que compartiría con otro de los grandes compositores de bandas sonoras, John Williams, autor de E.T., Tiburón o Parque Jurásico. Sin embargo, el destino ha querido que Ennio Morricone no pueda estar presente en esta entrega donde se le reconoce, una vez más, su excepcional aportación al mundo del arte. Porque él era así, único, meticuloso y sorprendente. Pura magia. Emoción en estado puro. El 6 de julio de 2020, el mundo perdía a un verdadero genio, aunque siempre será recordado por aquellos que amamos la música y el cine. Descanse en paz, maestro.

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