Pandemia de la desigualdad
- josepmichael
- 19 oct 2020
- 3 Min. de lectura
Artículo escrito por Paula Martínez Moreu
Toda la sociedad se encuentra en un momento difícil debido a la crisis sanitaria provocada por el coronavirus. Sin embargo, no todos los sectores de la población sufren sus consecuencias en el mismo grado. Esto no es algo nuevo, ya que las desigualdades han existido a lo largo de toda la historia, pero esto no debe llevarnos al cómodo pensamiento de que es algo inevitable, porque siempre ha sido así y siempre lo será. Como sociedad, como ciudadanos, debemos ser capaces de detectar las discriminaciones —se produzcan por la causa que se produzcan— y tratar de disminuirlas al máximo posible en busca de la equidad.
En estos tiempos coronavíricos que nos ha tocado vivir, como en la mayoría de las crisis, estas desigualdades han llegado a acentuarse, en vez de reducirse. Al comienzo de la pandemia era fácil oír frases como “el coronavirus no entiende de clases” o “la pandemia nos afecta a todos por igual”. Sin embargo, no hizo falta demasiado tiempo para demostrar que estas afirmaciones eran erróneas. Mientras muchos nos confinábamos en casa con nuestras familias, y con el espacio y los recursos suficientes, otras muchas personas tenían que convivir con sus parientes o compañeros en una sola habitación. Lo mismo pasó con los recursos informáticos. Unos seguíamos estudiando o trabajando telemáticamente gracias al acceso a las tecnologías y a una conexión a Internet, en cierta medida se puede decir que seguíamos conectados al mundo gracias a los medios de comunicación digitales, a las videollamadas —que se volvieron la actividad social por excelencia—, gracias a unos aparatos, al fin y al cabo. No obstante, no hacía falta irse muy lejos, tal vez a unas manzanas o al barrio de al lado, para encontrar personas que perdían su empleo por no tener la posibilidad de teletrabajar, o niños que no podían seguir sus clases y continuar con su tan necesaria formación. Y todo esto por un tema de falta de accesibilidad a la tecnología, bien por la falta de recursos económicos, bien por la falta de formación en competencias digitales, bien por la edad o incluso por la zona de residencia y la calidad de su conexión.
Pero las desigualdades incrementadas no se quedaban, ni se quedan, ahí. La estigmatización de las personas mayores ha sido brutal durante estos meses. En muchas ocasiones se ha tratado a la tercera edad como un grupo de personas extremadamente vulnerables y dependientes, algo que desgraciadamente no es nuevo, pero además fueron múltiples las noticias que se hacían eco de la posible discriminación por edad a la hora de ofrecer tratamiento a las personas mayores en una sanidad pública desbordada. En el otro extremo estábamos los jóvenes, a los que se nos tachaba de irresponsables y de los causantes de una gran parte de los nuevos contagios (no hay que negar que ciertos jóvenes actuasen de manera inadecuada, al igual que ocurriría en todos los tramos de edad, pero se llegaron a ver vídeos de fiestas con participantes de mediana edad en los que aún así se imputaba la falta de responsabilidad y conciencia a los jóvenes).
Otra cara de la desigualdad durante estos meses ha podido percibirse en el campo de refugiados de Mória, en la isla griega de Lesbos. El 9 de septiembre, el campo sufrió un incendio, todo apunta que provocado, lo que llevó a que las miles de personas que vivían allí (muchas llevan más de un año en Lesbos tras huir de sus países intentando llegar a otros lugares de Europa) tuviesen que improvisar un campamento en un parking. De nuevo vemos cómo en esta sociedad tanto condiciona el origen, las creencias o la estabilidad económica.
Las últimas desigualdades que se han visto a lo largo de la pandemia han sido los tan polémicos confinamientos selectivos de la Comunidad de Madrid que se han concentrado en las zonas del sur, lugares con vecinos más vulnerables debido a su situación económica. Estas restricciones han sido tildadas de clasistas y remiten al primer ejemplo de desigualdad expuesto en este artículo.
Por lo tanto, vivimos en una sociedad desigual, que ya lo era antes de la pandemia, aunque la Covid-19 ha hecho que aumente. Una desigualdad que puede percibirse con facilidad, una desigualdad por motivos de género, de origen, de religión, de generación, de clase… Una desigualdad que es una pandemia en sí misma. Una desigualdad a la que si atendemos, podremos llegar a disminuir exponencialmente.
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